Hay un monstruo que viene a verme y no pretende matarme, pero casi me impide vivir. Un monstruo que cambia de forma y posición en mi cuerpo. Unas veces parece atragantarme, otras veces me revoluciona el sistema nervioso y otras me paraliza. Es un monstruo muy nombrado, padecido y explicado. Se llama ansiedad.
El estado de alerta ha sido vital para nuestra supervivencia como especie. Sin embargo, cuando este estado de atención, tensión y alerta se cronifica el resultado es una PREOCUPACIÓN constante, que habitualmente además se generaliza en todo y en todos.
Nos hace ser conscientes de todo lo que nos rodea, pero de una forma amplificada y distorsionada. Ya no distinguimos lo estresante de lo sencillo. Todo se amontona en nuestra mente y hace que funcione a pleno rendimiento. No para ocuparnos, sino para preocuparnos. Es un monstruo que nos domina porque no sabemos transformar su furia en energía, solo se materializa en debilidad.
La ansiedad ¿de dónde viene?
Cuando la ansiedad se cronifica en un estado de perpetua preocupación podemos hablar de lo que se conoce en el ámbito clínico como Trastorno por Ansiedad Generalizada (TAG). Tiene que darse durante al menos 6 meses y presentar 3 o más síntomas como inquietud, irritabilidad, fatigabilidad fácil, dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco, tensión muscular y problemas de sueño.
La ansiedad generalizada comparte muchos síntomas con la depresión, ambos trastornos presentan un alto afecto negativo. Sin embargo, la depresión se caracteriza más por el sentimiento de tristeza y la ansiedad por una continua hiperactividad fisiológica y una sensación de continua incertidumbre y ahogo. Cualquier cambio en la rutina diaria, se percibe como un monstruo amenazante, dispuesto a lanzarse a nuestra yugular.
A veces para potenciar su eficacia se utilizan fármacos, pero OJO: la ansiedad prolongada nunca debe tratarse con ansiolíticos en el caso de utilizar medicación. Debería utilizarse un antidepresivo ISRS como la paroxetina, aunque los más indicados son los los antidepresivos duales como la venlafaxina.
¿Qué le debes al mundo? ¿Qué te demanda ese monstruo?
Recuerda esa niñez. Recuerda lo feliz que eras porque saltabas, corrías y disfrutabas sin tener que dar explicaciones a nadie. Recuérdate saltando, ensuciándote y despeinándote, embriagada/o en por la intensidad del momento. No había tiempo para la preocupación, porque no existía el concepto de tiempo más allá del que estabas viviendo.Pero pronto llegaron las demandas y con ellas la sensación de que le debías algo al mundo.
Empezaste a sentir que ocultar aquello que no estaría bien visto de cara a los demás era más importante que vivir la verdadera realidad que te rodeaba. Las demandas empezaron a sustituir a los chapuzones. Los discursos que ensalzaban a aquellos niños “con altas capacidades” parecían ensordecer los gritos que antes eran de alegría y espontaneidad. Nadie supo decirte que nunca podrías asumir el control de todo.
Llegados a este momento, con ese monstruo devorándote cada vez más, es hora de que empieces a exigirle más a él y menos a ti. Pregúntale: ¿Qué te debo yo a ti, mundo para que me envíes este monstruo? Quizás con esa pregunta tú y muchos entiendan que por mucho que nos demande, no podemos darle nada al mundo sin ni tan siquiera somos capaces de disfrutar por estar viviendo en él.
No vas a defraudar a nadie, ni tan siquiera pediste permiso para estar aquí. Suelta tanta demanda y vuelve a coger tus derechos. Vuelve a ensuciarte, sin preocuparte si el mundo se enfadará por ello. Saluda a ese monstruo y aunque a veces parezca venir con fuerza, demuéstrale con tus actos que no tienes más para él que lo que no eres capaz de darte a ti misma/o.